LA PASIÓN DE UN RÍO APASIONADO.
Me he sentido fluir, salir a flote, brotar de entre las entrañas de una
tierra que me alimenta en minerales. Está oscuro; pero, siento que ya estoy
naciendo. Me acompaña una efervescencia que me empuja. Ahora me siento fluir…
allá arriba se ve una luz que me ciega pero sé que es el inicio del camino.
Mi sendero es angosto; pero serpenteante. Me rodea pequeña vegetación;
estoy bajando en loco recorrido. Hay moléculas de mí que mojan las
orillas; orillas que me tocan, que
prefiero no sentir; a veces arena cálida y suave; otras, rocas que me cortan
infringiendo cruento horror.
En las orillas me he visto partir
en dos, en tres; a veces. Y así, rasgado, destrozado continuo mi deambular. Siento que parte de mí, queda en esas
orillas. A veces caigo tan profundo y me he sentido tocar fondo, para rabioso
resurgir entre brumas!
Alguna vez, me he visto muerto o casi muerto… ansío ¡ver la luz! Qué será lo que me jala; tal vez al
final de la corriente lograré comprender; solo sé que me arrastra algo y sigo
en mi tortuoso recorrer.
Casi nunca me he detenido para ver; pero, en aguas calmas, en lento transitar, he
visto mundo porqué vivir; he visto penumbras florecer; he contado por las noches miles de puntos de
luz. A veces empozado he sabido llorar,
aumentando mí caudal y después de tanto llanto me he sabido volver a recorrer. Alimentando
y saciando, entre raíces, entre fauces, entre manos y vasijas me he visto
sortear y discurrir…
He visto parte de mí apartarse en canales y acequias; extinguiéndose en
inmensos campos entre sembríos y bosques.
Me he sabido surcado por alegres
peces, casi no me miran; les he hablado;
pero, no me han respondido, solo muy solo… a veces muy silente y otras
bullicioso; he sabido pasar en mi camino.
Muchas veces en mis aguas han bailoteado, nadado y jugado. Con ellos si
me he divertido. Son tan puros y cristalinos. Ellos me han escuchado y me
llaman rio…y a ellos les dicen niños.
He visto muy triste al amigo árbol; desecho en su forma; inerte y
sangrante surcar mi aguas. Le he cantado un réquiem y dedicado una elegía.
He sentido ampliar mi sendero, más ancho me he vuelto y sentido encima de
mí mostrencos animales soportarse en mí, con un aspa que me ha sabido herir; se
impulsan en mis magnitudes; los he visto
sangrar, casi siempre sangran; pero su sangre me enferma y más enferma al amigo
pez.
Ahora que estoy por estos lares,
he visto muy pocas estrellas. Creo que temerosas se ocultan; ahora hay luces que alumbran en tierra hacia
el cielo: Bulliciosas ciudades.
Al pasar por estos lados me siento más enfermo. Ya no hay prisa en mi recorrido. No hay
corriente, mi transitar lento es agonía. Ya
no soy cristalino, estoy muy enfermo, casi no me veo; antes podía verme
de extremo a extremo. Hoy, ya no sé por
dónde estoy; he perdido la vista, ciego estoy; solo mi tacto me conduce. Me
siento rodeado de muchas cosas, me siento como basurero y ahora sé que estoy
muriendo. A pesar que estoy ciego mi
tacto y mi olfato aún están.
Me da vergüenza decirlo; pero,
estoy oliendo mal; me surcan desperdicios y animales con pelos, dientes grandes, espeluznante chillar, tengo
miedo. Casi nunca saboreo porque sé que
he de tener mal gusto. Me he vuelto viejo, camino lento y pesado.
Esa atracción que me arrastraba… ya no
está más.
Creo que perdí inspiración. Aún recuerdo mi nacimiento: agüita clara,
cristalina y helada que brotaba allá arriba y traviesa recorría; saltaba entres
hierbas y campos. Esa vitalidad hoy está
turbia, ciega, a tientas y muda. Prefiero
no abrir la boca y soportando esta hediondez me arrastro; escucho a lo
lejos un rumor, pareciese corrientes castigando una orilla.
Me siento invadido, me siento más
pesado, aplastado, me falta aire. Es mi
fin, sin duda, no veo; pero algo inmenso me devora. ¡Qué pena!, seguro le contagiaré. Me disemino. Éste es el fin. La muerte es salada; eso sí lo probé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario